viernes, 28 de septiembre de 2012

El principio nunca empieza


CANSANCIO
Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuántos recuerdos,
grisáceos,fragmentarios.
Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabré si es el mismo
que usé mientras vivía.
Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola auténtica,
alegre,
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.
Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.

Oliverio Girondo

martes, 28 de agosto de 2012

The best things in life are free.

Everytime we say goodbye. Ó Everytime we say hello, por qué no? Eso pensaba, entre otras cosas, el otro día mientras caminaba por la peatonal. Qué poco tiempo nos dedicamos a nosotros mismos, parece mentira que las navegaciones casi siempre terminen siendo tan sin querer queriendo. Si no fuera porque caminás, si no fuera porque te bañás, si no fuera porque perdés horas diarias viajando o porque de vez en cuando haces un fueguito, ni siquiera sabrías quién sos. Bue, ni que lo sepas. Eso pensaba.
 Y que me iba a morir sin haberme visto jamás caminando también pensaba. Sin haberme visto en serio; porque si pasaba al costado de unos vidrios polarizados me veía, sí, pero me veía a mi caminando y mirándome a un espejo; no me veía a mí caminando. Y a la vez eso se extrapolaba así a todo rasgo de eso que no sabemos bien qué es, de nosotros. La fiel extrapolación compañera de los naufragios encubiertos; la imposibilidad de ser ajenos a lo que somos, la farsa de los espejos y su confusa lateralidad. Eso no sé si pensaba. Pucha pibe, si nacías en otra época te hacías filósofo y conocías los mejores cabarets de la época, años después los pibes te leerían de una fotocopia sin conocer tu cara. Dirías que naciste en el tiempo equivocado, o que naciste en el tiempo equivocado para nacer en el tiempo equivocado, o que naciste en el tiempo equivocado para nacer equivocado, pero no querés mentir.
 Y en eso pasó una señora de esas que forman parte del abanico de personas que uno puede llegar a cruzar por la calle y saludar o no aleatoriamente. Si la escena se repetía diez veces, seguramente nos saludaríamos unas cinco veces y nos ignoraríamos otras cinco para ser fieles a las estadísticas. Pasó y eligió una de las primeras cinco opciones: "Chau" dijo. U "Hola", no lo recuerdo. Si lo recordará sería un relato circular y una excelente moraleja para incluir en cualquier mesa de café, pero no lo recuerdo. Quizás ni lo dijo o, lo más probable, dijo alguna de las opciones y mi ruido la tapó. No importa, en eso pensaba.
 De un tiempo a esta parte cada rato es una despedida. No nos ahorramos ni una sonrisa por no malgastar el tiempo, por miedo al qué diremos y porque no nos sale. Queremos vivir años en minutos, adultos como niños, poniéndole alas al árbol que somos sabiendo que jamás hemos de olvidar las raíces que nos dieron vida. Y claro que ellas también lo saben, nadie ignora ni lo que fuimos, ni lo que somos, ni el vértigo de lo que seremos pero cuando el sol marca el camino no queda más que obedecerlo o secarse.
El cielo hará florecer tus alas, que así sea. Eso pensaba.

miércoles, 27 de junio de 2012

La lumbre del engranaje.

 Pocos homo sapiens rondan las calles del conurbano sur a estas horas en la semana. En el bondi son unos diez los que vienen cansados de vivir un día de esos que será ignorado en sus biografías. Yo los veo y van como idos, el camino les resulta un trámite que como tal será más satisfactorio cuanto menos tiempo requiera.
 Parecen los perros chinos de los tacheros con sus cuellos moviéndose al ritmo de los baches de Mauricio. Su existir no les proporciona más oferta que el sinsabor de la rutina, parece. Es llegar a casa, comer una pizza y ver a Boca; mañana serán fideos, mañana será Marcelo.
 Aún asía todavía no han logrado condicionarnos tanto. Miro su mentón cayendo a cabezazos, miro sus ojos que se esconden tras la alternancia del ir y venir de sus parpados y ya puedo imaginar su biografía. La cocina de mamá, el cinto de papá, la colimba, las noches de elsieland, la soledad, las lagrimas que nunca caían, el hambre, el pan duro, su eterna compañera, la luz de su descendencia y la nieta, ese faro moderno que le dieron los últimos años; las nuevas y viejas razones para estar donde está. Sesenta y tres años de historia se dan a conocer junto con todas las fotos del living a través del ventanal de su mirada, es que las cicatrices hablan pero las heridas siguen gritando.
 Si le preguntan dirá que la vida le sonríe, que más no puede pedir, y yo que no soy más que otro pasajero del montón me quedaré pensando que debe tener razón. Nos llenaron el camino de piedras pero no logran arriarnos pal matadero, sabemos que los caminos nos conducirán sólo adónde queramos llegar y están en uno los pasos a seguir. Andando esa ruta no se trata de encandilar a nadie sino de que nuestras huellas alumbren el sendero.



Más que soplar, se trata de ser viento.Más que brillar, ser luz total que viene de adentro.Y voy, buscando la luz que me ilumina y que me da El pretexto más perfecto y el capricho de no aflojar...

viernes, 15 de junio de 2012

Ochenta y cinco cuentas grises

El tardío invierno llegó a los gritos. Copó las calles a pura represión. Tomó hasta las plazas sembrando dolor. Los más niños corrieron a sus refugios, los adultos se escondieron debajo de la alfombra, se asustaron hasta los jóvenes. Sólo unos pares permanecieron estoicos en sus posiciones como un acto ilimitado de coraje que pocos condecoraron.
 Hasta el momento no hay indicios de que el invierno haya recapacitado y tenga intenciones de dar marcha atrás en su ofensiva. Dicen que llegó para quedarse, que la cosa se va a poner cada vez peor, que algo así nunca se vió...
Aún así, los más serenos siguen creyendo que él sabe lo que hace, que tendrá sus motivos y que, de cualquier forma, no hay ejército que pueda vencer al tiempo.

martes, 8 de noviembre de 2011

El etnógrafo.

El caso me lo refirieron en Texas, pero había acontecido en otro estado. Cuenta con un solo protagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles e invisibles, vivos y muertos. Se llamaba, creo, Fred Murdock. Era alto a la manera americana, ni rubio ni moreno, de perfil de hacha, de muy pocas palabras. Nada singular había en él, ni siquiera esa fingida singularidad que es propia de los jóvenes. Naturalmente respetuoso, no descreía de los libros ni de quienes escriben los libros. Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y está listo para entregarse a lo que le propone el azar: la mística del persa o el desconocido origen del húngaro, las aventuras de la guerra o del álgebra, el puritanismo o la orgía. En la universidad le aconsejaron el estudio de las lenguas indígenas. Hay ritos esotéricos que perduran en ciertas tribus del oeste; su profesor, un hombre entrado en años, le propuso que hiciera su habitación en una toldería, que observara los ritos y que descubriera el secreto que los brujos revelan al iniciado. A su vuelta, redactaría una tesis que las autoridades del instituto darían a la imprenta. Murdock aceptó con alacridad. Uno de sus mayores había muerto en las guerras de la frontera; esa antigua discordia de sus estirpes era un vínculo ahora. Previó, sin duda, las dificultades que lo aguardaban; tenía que lograr que los hombres rojos lo aceptaran como uno de los suyos. Emprendió la larga aventura. Más de dos años habitó en la pradera, bajo toldos de cuero o a la intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba. Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que rompería después, acaso para no despertar la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las precisaba. Al término de un plazo prefijado por ciertos ejercicios, de índole moral y de índole física, el sacerdote le ordenó que fuera recordando sus sueños y que se los confiara al clarear el día. Comprobó que en las noches de luna llena soñaba con bisontes. Confió estos sueños repetidos a su maestro; éste acabó por revelarle su doctrina secreta. Una mañana, sin haberse despedido de nadie, Murdock se fue.
En la ciudad, sintió la nostalgia de aquellas tardes iniciales de la pradera en que había sentido, hace tiempo, la nostalgia de la ciudad. Se encaminó al despacho del profesor y le dijo que sabía el secreto y que había resuelto no publicarlo.
-- ¿Lo ata su juramento? -- preguntó el otro.
-- No es ésa mi razón -- dijo Murdock --. En esas lejanías aprendí algo que no puedo decir.
-- ¿Acaso el idioma inglés es insuficiente? -- observaría el otro.
-- Nada de eso, señor. Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y aun contradictorios. No sé muy bien cómo decirle que el secreto es precioso y que ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad.
Agregó al cabo de una pausa:
-- El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos.
El profesor le dijo con frialdad:
-- Comunicaré su decisión al Concejo. ¿Usted piensa vivir entre los indios?
Murdock le contestó:
-- No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia.
Tal fue, en esencia, el diálogo.
Fred se casó, se divorció y es ahora uno de los bibliotecarios de Yale.

J.L.Borges, todxs.